Estruendo
“Voy a dormir”, dijo con decisión; se colocó a la orilla de sus sueños, se asomó a fondo, y se precipitó lentamente. Un movimiento brusco lo despertó; escuchó un ruidero de cristales, se asomo desde la orilla de su cama, y vio todos sus sueños rotos. Jesús Falconi
¿Quién
le pone el cascabel al gato?
Habitaban unos ratoncitos en la cocina de una
casa cuya dueña tenía un hermoso gato, tan buen cazador, que siempre estaba en
acecho.
Así, pues, los pobres ratones no podían ni asomarse a sus agujeros, aun en el silencio y oscuridad de la noche, temerosos de los zarpazos de su terrible enemigo. No pudiendo vivir de ese modo por más tiempo, pues no tenían nada que roer para alimentarse, reuniéronse un día para arbitrar un medio de salir de tan espantosa situación.
-Yo os diré lo que hay que hacer -dijo un joven ratoncito-. Atemos un cascabel al cuello del gato, y como entonces, al andar, hará retiñir su colgajo, sabremos el lugar en que se halla.
Tan ingeniosa proposición hizo revolcarse de gusto a todos los ratones, riendo a carcajadas.
Pero un ratón viejo, bastante marrullero, observó con malicia:
Así, pues, los pobres ratones no podían ni asomarse a sus agujeros, aun en el silencio y oscuridad de la noche, temerosos de los zarpazos de su terrible enemigo. No pudiendo vivir de ese modo por más tiempo, pues no tenían nada que roer para alimentarse, reuniéronse un día para arbitrar un medio de salir de tan espantosa situación.
-Yo os diré lo que hay que hacer -dijo un joven ratoncito-. Atemos un cascabel al cuello del gato, y como entonces, al andar, hará retiñir su colgajo, sabremos el lugar en que se halla.
Tan ingeniosa proposición hizo revolcarse de gusto a todos los ratones, riendo a carcajadas.
Pero un ratón viejo, bastante marrullero, observó con malicia:
-Muy bien, pero ¿quién de vosotros le pone el
cascabel al gato?
Ninguno contestó.
Es más fácil decir que hacer.
Ninguno contestó.
Es más fácil decir que hacer.
Esopo
DE JACQUES
Eliseo Diego (Cuba,1920-1994)
Llueve en finísimas flechas
aceradas sobre el mar agonizante de plomo, cuyo enorme pecho apenas alienta. La
proa pesada lo corta con dificultad. En el extremo silencio se le oye rasgarlo.
Jacques, el corsario, está a la
proa. Un parche mugriento cubre el ojo hueco. Inmóvil como una figura de proa
sueña la adivinanza trágica de la lluvia. Oscuros galeones navegando ríos
ocres. Joyas cavadas espesamente de lianas.
Jacques quiere darse vuelta para
gritar una orden, pero siente de pronto que la cubierta se estremece, que la
quilla cruje, que el barco se escora como si encallase. Un monstruo, no, una
mano gigantesca alza el barco chorreando. Jacques, inmóvil, observa los negros
vellos gruesos como cables.
“¿Este?”. “Sí, éste” -dice el
niño, y envuelven al barco y a Jacques en un papel que la fina lluvia de afuera
cubre de densas manchas húmedas. El agua chorrea en la vidriera y, adentro de
la tienda, la penumbra cierra el espacio vacío con su helado silencio.
Divertimentos, 1946
Cuentos escogidos, La Habana, Letras Cubanas, 1995, pág. 74
El abuelo y el nieto – Hnos. Grimm
Había una
vez un pobre muy viejo que no veía apenas, tenía el oído muy torpe y le
temblaban las rodillas. Cuando estaba a la mesa, apenas podía sostener su
cuchara, dejaba caer la copa en el mantel, y aun algunas veces escapar la baba.
La mujer de su hijo y su mismo hijo estaban muy disgustados con él, hasta
que, por último, lo dejaron en el rincón de un cuarto, donde le llevaban
su escasa comida en un plato viejo de barro. El anciano lloraba con frecuencia
y miraba con tristeza hacia la mesa. Un día se cayó al suelo, y se le rompió la
escudilla que apenas podía sostener en sus temblorosas manos. Su nuera lo llenó
de improperios a los que no se atrevió a responder, y bajó la cabeza
suspirando. Le compraron por un cuarto una tarterilla de madera, en la que se
le dio de comer de allí en adelante.
Algunos días después, su hijo y su nuera vieron a su
niño, que tenía pocos años, muy ocupado en reunir algunos pedazos de
madera que había en el suelo.
-¿Qué haces? -preguntó su padre.
-Una tartera -contestó, para dar de comer a papá y a mamá
cuando sean viejos.
El marido y la mujer se miraron por un momento sin
decirse una palabra. Después se echaron a llorar, volvieron a poner al abuelo a
la mesa; y comió siempre con ellos, siendo tratado con la mayor amabilidad y
respeto.
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Actividad Individual
1) Recomponer dos textos coherentes
a partir de estas expresiones “enredadas”.
Toscanini // Las perlas
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