¿Escolarizar o educar?
Desmontando los mitos de la escolarización en favor de la imaginación creadora
EXISTE UNA GRAN DIFERENCIA ENTRE EDUCAR Y ESCOLARIZAR, ENTRE LOS VALORES Y LAS HÁBITOS QUE SE REPRODUCEN EN UNO Y OTRO PROCESO Y QUE, CON EL TIEMPO, CONTRIBUYEN A FORTALECER PRÁCTICAS CONCRETAS DEL SISTEMA ECONÓMICO-SOCIAL EN EL QUE VIVIMOS.
POR: MARGARITA PACHECO -
Toda sociedad que hace de la experiencia humana su centro de desarrollo ―y esta es la sociedad que esperamos y soñamos― necesita distinguir tajantemente entre el proceso de instrucción y la apertura de la conciencia de cada individuo, entre adiestramiento y desarrollo de la imaginación creadora.
Iván Illich, Alternativas
Quizá el primer
problema que enfrentamos cuando tratamos de cuestionar la educación, sea que el
punto desde el que nos posicionamos para pensarla fue justamente conformado a
través de nuestros propios procesos educativos, lo que nos dificulta plantear
un horizonte crítico más amplio. Pero al mismo tiempo, ello posibilita que
todos podamos hablar de la educación con conocimiento de causa y de primera
mano. No obstante, hay que tener tiento para desmitificar aquello que
introyectamos y que nos impide generar un pensamiento concienzudo al respecto.
Comencemos
reconociendo que los “beneficios de la educación” son cosa que ya nadie
discute, a lo más se discuten los contenidos, las carencias materiales y
profesionales en los procesos educativos, pero no se discute la
institucionalización misma de la educación, mejor dicho: de cierto tipo de
educación, a través de la escuela. Pensar de manera radical nos obliga entonces
a cuestionar, como punto de partida, nuestro propio proceso educativo y lo que
él ha significado de manera efectiva en nuestra existencia, para ello resulta
primordial establecer una clara distinción entre educación y escolarización.
El concepto educación a
menudo nos puede meter en un lío a la hora en la que pretendemos explicar de
qué se trata exactamente. Como todos hemos sido educados, de una u otra forma,
en unos u otros espacios, todos estamos en posibilidad de hablar desde la
experiencia propia, no obstante, la arraigada presencia de la escuela en
nuestras vidas puede orillarnos al error (y de hecho lo hace) de confundir
procesos de educación con procesos de escolarización. Lo mismo podríamos
advertir con conceptos relacionados, como formación, capacitación, instrucción,
adiestramiento, y otros del estilo. En esta ocasión y recuperando Iván Ilich,
sólo me referiré a ciertas distinciones que resultan fundamentales para pensar
nuestros propios procesos educativos en términos más amplios.
Hacia la década de
los años 70, Iván Illich hizo énfasis en que era necesario desmarcar a la
educación de la percepción generalizada que la vincula, de manera restrictiva,
únicamente a la escuela. Esta noción, hoy ampliamente aceptada, de que el lugar par
excellence de la educación es la escuela, en realidad es un invento
muy moderno que quizá podríamos rastrear a partir de la Ilustración y el
reposicionamiento de las universidades como los grandes templos del
conocimiento, que se dio por allá del siglo XVIII, y que, finalmente se afianzó
en el marco del desarrollo de las naciones industrializadas. Entonces, la
escuela como institución enmarcada en procesos históricos específicos, no puede
ser por naturaleza el espacio natural de lo educativo.
Siendo de este
modo, lo primero que se advierte es que la educación es un proceso que
necesariamente trasciende el ámbito de la escuela, de la institución, más aún,
la educación es un proceso en permanente devenir, resultado de un “estar siendo
en una sociedad”, tanto individual como colectivamente. En este sentido, habría
que entenderla como un proceso amplio de comprensión de la realidad, a través
del cual las personas aprenden y aprehenden el mundo. Este proceso está mediado
en todo momento por las relaciones que se establecen entre las personas, con
las instituciones, con el mundo, es decir, que está pautado por las relaciones
sociales en cada contexto histórico particular.
Frente a estas
consideraciones, Illich plantea la escolarización como el
proceso de adiestramiento por medio del que se inculca y perpetúa en las nuevas
generaciones la lógica de la sociedad capitalista en nuestros tiempos. La
escolarización alude a los mecanismos mediante los que las instituciones
escolares tradicionales, introyectan en una sociedad los valores que responden
a la reproducción y legitimación del statu quo. Illich advierte:
“Cuando una sociedad se escolariza, acepta mentalmente el dogma escolar” [1].
Sin embargo, hay que tener cuidado con caer en simplismos y asumir que el autor
está en contra de toda escuela, si entendemos como organización o
sistematización de la construcción colectiva del conocimiento. Illich entiende
otra cosa por escuela:
Al hablar de
“escuela” no me refiero a toda forma de educación organizada. Por “escuela” y
por “escolarización” entiendo aquí esa forma sistemática de recluir a los
jóvenes desde los siete a los 25 años, y también el carácter de rite de
passage [rito de paso] que tiene la educación como la conocemos, de la
cual la escuela es el templo donde se realizan las progresivas iniciaciones.
Hoy nos parece normal que la escuela llene esa función, pero olvidamos que
ella, como organización con su correspondiente ideología, no constituye un
dogma eterno, sino un simple fenómeno histórico…[2]
Habría que
dedicarle largas líneas a plantear el problema hondo de la escolarización vs
educación; por ahora bástenos ubicar al menos algunos elementos para
problematizar la lógica escolar, siguiendo las huellas de Iván Ilich.
Comencemos con el carácter vertical de las relaciones que tradicionalmente
guían la vida escolar. Salvo en algunas escuelas inspiradas en pedagogías
alternativas, como los modelos de Piaget o Montessori (y salvo algunos casos
excepcionales en las escuelas del estado, que los hay), en la mayoría de las
instituciones escolares, está claro que es la maestra o el maestro quien posee
el conocimiento y quien tiene el poder de mandar sobre los alumnos. En esta
relación, son los estudiantes, en su cualidad de ignorantes, los que deben
someterse sin resistencia a los mandatos de la autoridad. Esta relación
vertical que anula la posibilidad de poner en cuestión a la autoridad y lo que
ésta dice, entrena a niñas y niños para reproducir la fórmula en la totalidad
de sus relaciones sociales, más allá de la escuela. Así, la escuela funciona
como un mecanismo de adaptación y aceptación de las relaciones de dominación en
todas sus dimensiones.
Otro de los
elementos que Illich discute, y quizá uno de los fundamentales para cuestionar,
no sólo la escuela, sino en general, el conocimiento que aceptamos como válido,
es el de lacertificación. Nos hemos acostumbrado a que exista una
instancia, por encima de nosotros, que decida cuál es el tipo de conocimiento
válido, y más aún, cuál es la forma correcta de adquirirlo. Esa instancia, la
escuela ―y ahora las instituciones que evalúan a las escuelas―, se encuentra
cada vez más alejada de las necesidades profundas y reales de las personas, en
tanto responde a las demandas de producción y consumo del mercado. ¿Acaso no
deberían ser las comunidades las que definieran sus propias necesidades
educativas de acuerdo a los procesos en que se inscriben? ¿No deberíamos ser
capaces de generar autónomamente aquello que nos es vital, material y
simbólicamente, y encauzar nuestra educación a cultivarlo de manera
colectiva?
La escuela no sólo
pauta la manera en la que se adquiere el conocimiento, sino que tiene la
facultad de decidir quién lo ha adquirido “correctamente”. Aquellos que logren
sortear los diferentes filtros de evaluación (para los que más que
inteligencia, se requiere adiestramiento), serán reconocidos mediante la
certificación de sus aptitudes, esto les confiere a su vez un indiscutido
reconocimiento social. Mientras, el resto, los que no lograron sujetarse a los
reglas del juego, son excluidos, estigmatizados por un sistema que no reconoce
la diversidad de necesidades, de conocimientos y saberes, y la pluralidad con
que estos se generan. De esta forma, la lógica de la credencialización se
perpetúa y legitima las desigualdades sociales, sobre el argumento de las
capacidades y aptitudes, que unos tienen y otros nomás no.
Finalmente, a
partir de estos preceptos, el conocimiento es valioso únicamente en tanto
mercancía. Sólo aquel conocimiento que rinda beneficios directos a la
producción de la sociedad capitalista es validado y reconocido. No es de
extrañar que en nuestros días las áreas de humanidades, artes y ciencias
sociales sean menospreciadas de manera corriente. Ahora, si el conocimiento es
valuado como una mercancía, los sujetos se convierten ellos mismos en una
mercancía, que dentro de las instituciones escolares, están siendo producidos
para salir a competir con otras mercancías en ese terreno salvaje que bien
hacen en llamar “mercado laboral”.
Frente a este devastador
escenario que se erige sobre la escolarización y sus mitos, no obstante, aún
nos queda la reivindicación de la educación, entendiéndola en su profundidad,
como proceso integral que se suscita permanentemente en todos los espacios de
la vida cotidiana, incluso la que se da en las escuelas. No se trata de mandar
al diablo las escuelas así como así, sino de pensar la educación desde la
sociedad que queremos vivir, desde las relaciones que queremos encarnar con los
demás y con el mundo.
Notas
[1] Ivan Illich,
“Alternativas”, en Obras Reunidas, Vol. I, Fondo de Cultura
Económica, México, 2006, p. 103.
Ivan Illich según wikipedia: http://es.wikipedia.org/wiki/Iv%C3%A1n_Illich
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¿Por qué la escuela no educa?
La diferencia entre educar y escolarizar
Vivimos en una época de profunda crisis escolar” dijo el profesor
estadounidense John Taylor Gatto cuando recibió el
galardón de Maestro del Año de Nueva York hace ya más de veinte años. En
nuestro siglo XXI seguimos buscando salidas a esta crisis y creemos que vale la
pena volver a leer algunas de las cuestiones fundamentales que todavía
continúan en la base del conflicto. Reproducimos a continuación extractos del
discurso.
“Vivimos en una época de profunda crisis escolar. (…) He observado un fenómeno fascinante en mis veinticinco años de ejercicio de la profesión: que las escuelas y la escolarización son crecientemente irrelevantes para las grandes empresas del planeta. Nadie cree ya que los científicos son enseñados en clases de ciencias o que los políticos en clases de civismo o que los poetas lo son en clases de inglés.
La verdad es que las escuelas no enseñan nada salvo como obedecer
órdenes. Esto es un gran
misterio para mi porque miles de personas, gentes responsables trabajan en las
escuelas como profesores, cuidadores y gestores pero la lógica abstracta de la
institución sobrepasa sus contribuciones individuales.
Aunque los profesores se preocupan y
trabajan duro, la institución es psicopática
-no tiene conciencia-. Suena la sirena y el joven que se
encontraba escribiendo un poema debe cerrar sus cuaderno y moverse a otra aula
donde deberá memorizar que el hombre y el mono derivan de un ancestro común.
No creo que nos libremos de las
escuelas en un futuro cercano, no ciertamente en lo que me queda de vida, pero
si hemos de cambiar lo que se está convirtiendo en un desastre de ignorancia, hemos de entender que la institución educativa “escolariza” muy
bien, pero no “educa” –algo por completo inherente al diseño organizacional.
No es la culpa de los malos profesores o del poco dinero gastado, es que
es imposible que la educación y la escolarización puedan llegar a ser alguna
vez la misma cosa.
En gran medida, las escuelas han cumplido su objetivo. Pero nuestra
sociedad se está desintegrando, y en esta sociedad, sólo las personas exitosas
son auto-suficientes, seguras en sí mismas e individualistas – porque la
comunidad de vida que protege al dependiente y al débil está muerta -.
Lo que produce la escuela es, como
dije, irrelevante. Las personas
bien-escolarizadas son irrelevantes. Pueden vender
películas y hojas de afeitar, recoger papel reciclado o hablar al teléfono en
líneas de teleoperación, o sentarse estúpidamente delante de un terminal de
ordenador pero como seres humanos son inservibles. Completamente inservibles
para los demás y para si mismos.
La miseria diaria a nuestro alrededor está causada en gran medida por el
hecho de que – tal y como Paul Goodman lo estableció hace treinta años-
forzamos a los niños a crecer en el absurdo. Cualquier reforma de la
escolaridad tiene que tratar con elementos absurdos en su naturaleza
intrínseca.
Es absurdo y anti-vital ser parte de un sistema que te obliga a sentarte
en lugares recluidos para gente de la misma edad y clase social que tú. Ese sistema te aparta radicalmente de la inmensa diversidad de la vida y
de las sinergias de la variedad, de hecho te castra tu propio ser y futuro,
acoplándote a un presente continuo de igual forma a como lo hace la televisión.
Es absurdo y anti-vital ser parte de un sistema que te obliga a escuchar
a un extraño leyendo poesía cuando lo que realmente quieres es construir casas,
o sentarte a discutir con un extraño sobre la construcción de casas cuando lo
que realmente quieres es leer poesía.
Es absurdo y anti-vital moverte de aula en aula al sonido de una sirena
durante todos los días de tu infancia natural en una institución que no te
permite ninguna privacidad y que incluso te la quita en el santuario de tu
propia casa pidiéndote que hagas tus “deberes”.
Dos instituciones controlan a día de hoy la vida de nuestros hijos: la
televisión y la escuela, por este orden. Ambos reducen el mundo real de
sabiduría, fortaleza, templanza y justicia hacia una abstracción sin final y
sin frenos.
En los siglos pasados los niños y adolescentes estaban ocupados en
trabajo real, caridad real, aventuras reales, y en la búsqueda real de maestros
que pudieran enseñarnos lo que realmente queríamos aprender.
¿Qué hacer? Necesitamos gritar y discutir sobre este modelo de escuela
hasta que se arregle o se retire de la circulación para su reparación, una cosa
u otra.
Hace poco cogi setenta dólares y envié a una niña de doce años de mi
clase con su madre – que no hablaba inglés – en un autobús hacia la costa de
New Jersey para encontrarnos con el jefe de policía del distrito de Sea Bright
para comer y disculparnos por contaminar la playa con un casco de Gatorade.
A cambio de esta disculpa pública habíamos quedado en que el jefe de
policía le enseñaría el trabajo de un policía de barrio durante un dia
cualquiera.
Unos días después, dos más de mis alumnos de doce años viajaron solos a
la Calle West First desde Harlem donde empezaron el aprendizaje con un editor
de periódicos, la siguiente semana tres de mis alumnos se encontraban en mitad
de los muelles decarga de Jersey a las seis de la mañana, estudiando la mente
del presidente de una compañía de transporte por carretera que despachaba
trailers hacia Dallas, Chicago y Los Ángeles.
Durante cinco años manejé un programa escolar “autónomo” donde cada
niño, pobre y rico, listo y no tan listo, tenía que dar 320 horas de trabajos o
servicios a la comunidad.
Decenas de estos niños volvieron años después, ya crecidos, y me
contaron que la experiencia de ayudar a alguien les había cambiado sus vidas.”
Nueva York, 1990.
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Para ir terminando un último link: 6
cosas que hay que desaprender del colegio
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